¿Por qué no innovar eclesialmente?
Sabemos que “Innovar” significa “mudar o alterar algo, introduciendo novedades” (Diccionario RAE) , lo esencial del concepto “innovar” está en que las mejoras son externas, el cambio viene desde fuera.
Innovar es introducir modificaciones que impliquen un nuevo atributo o funcionalidad, con objeto hacer algo más útil y que sirva mejor a su finalidad –eficaz- y utilizando mejor los recursos –eficiente-.
¿Por qué tendríamos que “externalizar” las soluciones eclesiales? ¿Acaso Jesucristo, el siempre presente, no nos anima a buscar en nosotros mismos lo que nos puede sanar?
¿Por qué no desde la transformación eclesial?
El término “transformación” significa que se trabaja por procesos que buscan un resultado: el cambio de forma de una cosa, un hecho o idea. En términos computacionales es “resetear” un computador, borrar su disco duro y luego incorporar todo nuevo en su memoria. Es quitar la esencia, manera de actuar o de ser de una persona o de un grupo … darle una nueva forma.
La necesidad de “transformación” de algo, se concreta al convertir ese “algo” en una cosa o “algo” distinto a lo original, en forma gradual o inmediata. Por otra parte “cambio”, que lo usamos en forma similar, indica tomar o poner una cosa en lugar de otra.
¿Por qué tendríamos que “transformar” a la Iglesia, borrando pistas esenciales de nuestra identidad? ¿Acaso el pensar en “refundar” la Iglesia nos libera de responsabilidades? ¿No será que tenemos que rescatar las ideas y las prácticas esenciales y fundacionales, por sobre las “re-fundacionales?
¿Por qué no desde una Revolución eclesial?
La Revolución es aún más drástica y ciertamente lejana de las expectativas aún de los más radicalizados. Significa un cambio radical, de fondo e inmediato, no dudando en usar cualquier medios, cruento o no, para lograr el resultado.
¿Acaso se requiere una revolución desde una “máquina” eclesial latina?
¿Por qué no desde una renovación eclesial?
Desde el pobre rinconcito que nos corresponde opinar en este sencillo libro, creemos que la Iglesia de hoy requiere de un ejercicio basal: trabajar por una “Renovación Eclesial”, encontrando su antiguo, verdadero y fundacional sentido. Es simplemente hacer que fluya la savia que originariamente debe fluir por las ramas de la viña de Dios.
Los cambios reales y permanentes no se generan externamente (por decreto, dogmas, normativas, canon) la Iglesia siempre se renueva “desde dentro”, es allí́ donde palpita y se genera la savia que hace emerger desde una rama vieja, el vástago, el renuevo del árbol, de esta higuera hermosa.
El renuevo nace desde dentro, desde la profundidad de las raíces. Las nuevas propuestas y vivencias, como el renuevo, surgen valorando la reflexión y experiencia acumulada, analizando las practicas actuales e imaginando una forma siempre-nueva de vivir la experiencia cristiana.
La mayor Renovación Eclesial surge en el interior de cada cristiano que observa las realidades eclesiales, al acoger las limitaciones que arrastra la Iglesia y potenciar las esperanzas de quienes participan de ella.
La Renovación Eclesial nos pone en marcha, pero nace necesariamente desde una mirada renovada, de cómo observamos y nos duelen los rostros de jóvenes desorientados y sin acceso al trabajo o al estudio; los rostros de adultos gobernados por la apatía y el inmediatismo; rostros de sub empleados por los que ningún político grita ni defiende; rostros de matrimonios separados, que no acogemos; rostros de indígenas, de inmigrantes, de los periféricos, de los sin clase social que les respalde.
Estos rostros renuevan a la Iglesia, son el “espolonazo” que nos hace correr en la ruta verdadera, que nos hará repetir junto con el Papa Francisco: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres” …